Eduardo Arocena

Estudiante y trabajador precarios. Indignado de sofá que decidió comprometerse y aportar su grano de arena. Espectador cada vez menos impasible de la vida.

2019-03-10

Iglesia y estado

Hace tiempo que me estoy planteando apostatar y nunca encuentro el momento. Es lo que tiene la pereza. Me dispongo a enumerar las razones que me obliguen a ello, si soy consecuente, sin más demora.
El artículo 16.3 CE estipula que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Sin embargo, los ateos somos testigos incrédulos de los privilegios de la religión católica y sus diferentes vertientes fundamentalistas. Bien es cierto que la segunda parte del citado artículo reza “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Los que se aferran a la literalidad omiten lo que les conviene. Una cosa es cooperación y otra muy distinta sumisión, coerción o libre albedrío. Hay curas en cuarteles, hospitales, colegios, funerales de estado… va a ser que al final Dios sí que es omnipresente (eso sí, a través de sus autoproclamados representantes).
Aquellos que deben guardar celibato dan lecciones sobre sexo, maternidad o relaciones conyugales ¿Que autoridad moral tienen para ello? ¿Cómo han alcanzado esa sabiduría? ¿Ciencia infusa? ¿Inspiración divina? Yo a eso lo llamo soberbia, uno de los pecados capitales, por cierto. O quizá es omnisciencia como resultado de la propiedad transitiva (Dios es omnisciente, los curas detentan su representación, por lo tanto, los curas son omniscientes, ¿no?).
La Iglesia Católica ha inmatriculado multitud de templos, ermitas, cementerios y fincas a su antojo como bien nos enseñó Évole en una edición de Salvados. ¿Se le podría llamar avaricia? ¡Vaya, otro pecado capital! Reciben dinero a través de la declaración de la renta, no pagan el IBI, ni impuesto de patrimonio, ni sociedades… así hasta costarnos 11.000 millones de euros al año a todos los españoles, creyentes o no. En misa y en sus colegios privados y concertados disfrutan de absoluta libertad para predicar e inculcar las ideas que quieran, aunque sean contrarias a la Constitución o la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se enseña religión católica en los colegios públicos y gozan de la prerrogativa de designar a los profesores sin control alguno. ¿Y por qué sólo la católica? ¿Por qué no también el Islam, el hinduísmo o el budismo? Cualquier religión debe estar al margen de la educación pública. Es incompatible con la adquisición de conocimiento y pensamiento crítico.
La conferencia episcopal ha ocultado multitud de casos de pederastia. Eso en las pelis lo llaman obstrucción a la justicia, y si nos ponemos exquisitos, encubrimiento o complicidad. En EEUU se han visto envueltos en juicios siendo condenados a pagar millonarias indemnizaciones, caso de la diócesis de Boston, por poner un ejemplo. Aquí se le cambia de parroquia y si te he visto no me acuerdo. Eso de “dejad que los niños se acerquen a mí” lo han malinterpretado un pelín. 
Los tentáculos del Opus Dei y los Legionarios de Cristo son alargados e infiltran los tribunales y las altas instancias judiciales y gubernamentales. Y no nos olvidemos de que el dictador Franco era paseado bajo palio. Lo de las ejecuciones y desapariciones, fosas comunes, trabajos forzados, torturas, encarcelaciones y expropiaciones parece ser que no era pecado, ni delito gracias a la ley de amnistía de 1977. Eso de amar al prójimo tampoco es lo suyo. 
Aún sigue en vigor el delito de ofensa a los sentimientos religiosos, como descubrió muy a su pesar el actor Willy Toledo. ¿Y las ofensas a los sentimientos agnósticos o ateos? Y como colofón se adueñan de la virtud y rectitud moral como si la católica fuese la única y no existiese moral o ética al margen de su credo. En definitiva, hay que sumar su suprema hipocresía a la larga lista de motivos que acabo de recopilar. 
Madre mía, no sé a qué espero.

 

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