Alberto López

2020-04-17

Rapaces y leyendas en Barañain

En los años en los que el desarrollo urbanístico de Barañain se llevó a cabo, era habitual la convivencia de ciertos aspectos relacionados con el medio rural y el urbano. Muchas personas recordarán el rebaño de ovejas paseando por nuestras calles y plazas. Menos recordarán ir a por leche al pueblo viejo, directamente de la vaca al consumidor.

En definitiva, reminiscencias de un mundo que fue cediendo espacio a la excavadora y al hormigón.

Como bien dice el título de este retazo, las aves rapaces fueron durante años, espectadoras habituales de como Barañain crecía a marchas forzadas. El rio Arga y su entorno, siempre han sido un medio natural donde las aves se encuentran cómodas. La abundancia de pájaros y pequeños roedores, supone un buen medio de supervivencia.

El cielo de Barañain, ha sido protagonista del vuelo elegante de estas rapaces durante años. Conozco diferentes anécdotas de incursiones en el medio urbano. Anteriormente, no eran pocas las casas de Barañain donde se tenían canarios, jilgueros o periquitos encerrados en jaulas. En determinados momentos, estas jaulas solían estar en los balcones. Pues bien, algunas rapaces llegaron a atacar a esos pajaricos de las jaulas, dejando cuatro plumas y pequeños restos de sangre. Estos casos han ocurrido en casas de Rio Arga, Castaños o pueblo viejo.

Existía una “leyenda urbana” relacionada con las rapaces que no pocas veces se intentó poner en práctica en Barañain. Se decía que si una persona de poco tamaño se tumbaba inmóvil en el suelo, una de esas aves bajaría y se posaría a su lado. Cuadrillas de txikis ponían al más pequeño tumbado en el suelo de la acera en la cuesta de Lagunak y el resto observaba a decenas de metros, esperando que el “aguilucho” bajaría. Evidentemente, tras varios minutos de espera, el experimento se abortaba sin poder dar una demostración empírica a dicha leyenda.

Lo que hoy conocemos como paseo del Arga en la zona del polígono, con bancos y merenderos, en tiempos era un bosque cerrado. Existía un aska o abrevadero. A partir de ahí, ya daba respeto avanzar, sobre todo si te encontrabas con los perros del Señorío. Esta zona era abundante en pájaros y no eran pocas las incursiones con carabinas y perdigones, algo impensable a día de hoy, a decenas de metros del medio urbano.

Hemos visto en estos días como tras el encierro o confinamiento humano, las especies animales y el medio natural, está recuperando terreno a la civilización del hormigón.

Quizás ahora, tengamos el privilegio de volver a ver a las rapaces surcando el cielo de Barañain, libres y tranquilas, en momentos en que incluso los aviones no pasan por encima de nuestras cabezas. Paradojas de este desarrollismo desmedido y sin lógica alguna. Para acabar, una reflexión: con el coste de un kilómetro de la alta velocidad ferroviaria, 30 millones de euros de media, en salud y servicios sociales se pueden subsanar muchas de las deficiencias que estamos viviendo, así como mejorar los trazados actuales del tren para transportar mercancías y pasajeros, vertebrando el territorio sin dejar zonas aisladas y con tarifas asequibles.

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