Victor Moreno
Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.
Persona humana y racional
Es muy habitual referirnos a las personas acompañándolas con los adjetivos de humanas y, en ocasiones, menos, con el de racionales. En una época pasada, yo consideraba que tales calificaciones eran redundantes. Entendía que, si se trataba de personas, eran, por eso mismo, humanas. Y, por supuesto, racionales, aunque no supieran hacer la o con un canuto. Durante mucho tiempo, quizás demasiado, pensé que mis relaciones habituales con los demás lo era con personas humanas y racionales.
Tardé en caerme del guindo. Una vez que lo hice, cada vez que reparaba en dicha asociación, persona humana y racional, tenía la sensación de encontrarme ante una redundancia semántica o, en el peor los casos, en un oxímoron, es decir, ante una contradicción. No sé de la misma categoría en la que Baroja se encontraba cuando se enteró de la aparición del periódico carlista El Pensamiento Navarro o, para no herir susceptibilidades políticas, El Pensamiento español, que, en tiempos, dirigió el escritor y carlista Francisco Navarro Villoslada. ¿Pensamiento y navarro? Imposible. ¿Pensamiento y español? No puede ser
Ahora, no sabría decir si es más contradictorio utilizar los términos “pensamiento y navarro” o “pensamiento y español”, que empalmar de seguido los de “persona humana y racional”.
A decir verdad, qué duda cabe que todos somos personas sin distinción de sexo, religión y sindicato. Al fin y al cabo, en sentido etimológico, persona significa tanto en latín como en griego “máscara de actor”, que eran las que utilizaban los comediantes en el teatro romano y griego, respectivamente. Y bien sabe cada persona cuántas máscaras utiliza al cabo día en sus relaciones con las demás máscaras con las que tropieza en el escenario de la vida. En este sentido no me cabe la menor duda de que todos somos personas, probablemente, unas más que otras cuando a lo largo del día nos encontramos con otras personas. Es decir, ¿más caraduras, más sin vergüenzas, quieres decir? A saber. La hipocresía suele ser la máscara de la buena educación, así que saquemos la cuenta.
Un ejemplo. Netanyahu y Putin serán sin duda unas grandes personas, inquietantes actores, quiero decir, pero dudo mucho que, por la parte alícuota que les corresponde por pertenecer a esta civilización, lleguen a alcanzar la categoría de humanos y de seres racionales, al modo en que lo entendía, también, el gran Aristóteles.
Humano y racional son categorías superiores que no se dan automáticamente por pertenecer a la especie que lleva su nombre. No vienen en el ADN. Son valores que se cultivan. Y, en consecuencia, merecer su título. Por esta razón, habría que tener cuidado en utilizar la expresión “persona humana” refiriéndonos a quienes así las consideramos, porque, quizás, esas personas que calificamos de ese modo tan generoso, no sean tan humanas, ni racionales.
Al fin y al cabo, el rasgo supremo de la suprema racionalidad consiste en ser humanos. Y todas las personas en su foro interno saben en qué consiste serlo. A falta de modelos, fijémonos en Putin, Trump y Netanyahu. Pensemos y hagamos lo contrario que ellos hacen y piensan y, bueno, tal vez se comprenda mejor qué queremos decir cuando hablamos de personas humanas y racionales.