Dani Askunze

Dani Askunze

2016-11-07

Los enemigos del cambio

Cuando hablábamos de la existencia de un relato tóxico del cambio, se apuntaba a algunos de sus elementos, pero es un hecho que desde entonces ha habido una radicalización de dicho discurso. Cierto es que para la consolidación de un proyecto político y el cierre de filas en torno a él, siempre es útil crear un enemigo. En el caso que nos toca, aquellos que desde diversas expresiones del movimiento popular ponen en peligro al cambio. Ahora bien, alimentar esta dinámica puede ser bastante dañino. El siguiente paso pues, es el señalamiento y la difamación, con una soberbia y homogeneidad de criterios que en ocasiones parece   sacada de manuales de contrainsurgencia. Ni que decir tiene que la difusión de dicho argumentario cuenta con grandes medios y actúa como un auténtico rodillo. Sirvan estas líneas como humilde intento de equilibrar la balanza, lo cuál, por mucho que se diga, de cómodo no tiene nada.

Cierto es que para nadie en el difuso campo de la izquierda es agradable reconocer que pueda haber algo o alguien más a la izquierda que uno mismo. Y si surgen fricciones o se aceleran las contradicciones, no se duda en sacar la caballería. Sólo se reconoce a la calle como actor legítimo en el caso de que acompañe a la labor institucional, es decir, que le baile el agua. No obstante, hay otra variante más sibilina, consistente en erigir a las instituciones como mediadoras, situándose en un centro abstracto entre distintos intereses particulares, de entre los cuáles los distintos movimientos populares serían un lobby más, cada uno con sus inmediateces y parcialidades. De fondo, la negación de que desde la calle se pueda hacer política con mayúsculas. Y un problema: que como bien sabemos, dichas instituciones no son un ente neutral.

No seré yo el que diga a quien ha elegido la responsabilidad de gestionar semejante monstruo, conociendo todas las limitaciones que esto tiene, cómo tiene que hacerlo. Entiendo que para el gestor institucional es de vital necesidad pensar a corto plazo en la próxima memez por la que la derecha se le va a tirar al cuello. Por ésta y otras razones, entiendo que no es desde ahí desde donde se debe ni se puede liderar un proceso de transformación social, con una visión global y a largo plazo. Ésta es pues una llamada al fair play y a no obstaculizar, en la medida de lo posible, a los que desde la calle no sólo queremos sino que en este caso sí podemos ir más allá.

Para los que se escuden en que estas líneas se escriben desde la comodidad del “todo o nada”, o de “contra UPN vivíamos mejor”, nada más lejos de la realidad.  Este cambio institucional, precario y probablemente fugaz, debe servir a la calle para reorganizarse, reactivarse e iniciar dinámicas que sean imparables y que hayan llegado a un punto de no retorno en el momento en que, esta vez sí, vuelva la derecha. Y un último apunte: pocos procesos institucionales han  fracasado por ir demasiado lejos, sino que  habitualmente se han estrellado por no haberse atrevido a hacerlo.

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