Victor Moreno

Victor Moreno

Ya no es necesario recurrir a la técnica del esperpento de Valle Inclán para dar cuenta de lo que ocurre. Los hechos vienen a nuestro encuentro sin necesidad de solicitarlos. Lo hacen de forma tan grotesca que solo nos queda actuar como los tomógrafos, pero con material palabrático. Escribir para cortar la realidad en pedacitos y comprobar si en su interior se registra vida inteligente o, por el contrario, rasgos de una imbecilidad cada vez más inquietantes.

2022-12-29

El consumo nos consume

Nunca hemos disfrutado de tanta información como en el presente. Lo que no quiere decir que estemos más formados. La información que recibimos es selectiva e interesada. Tampoco es gratuita, aunque lo parezca. Y más importante aún: entre la información impuesta y la formación que nos fabricamos personalmente hay un trecho muy grande, que la prisa y la velocidad del instante en la que vivimos nos impide recorrer. 

Para que la información recibida se convierta en formación es necesario procesarla e interpretarla críticamente, para lo que se necesita tiempo, del que raramente se dispone, y, también, se precisa pensar, una actividad que está al alcance de cualquiera, pero que, tampoco, basta, aunque sea ingrediente necesario para distinguir lo que es información y formación. Y, luego, para que este pensar sea eficaz habría que actuar en consecuencia, es decir, actuar, echar mano de la voluntad, otro concepto que no parece tener muchos seguidores hoy día. 

La actualidad, presentada en forma de datos, hechos y noticias impuestos, no es, propiamente, nuestra realidad. La mayor parte de las cosas con que nos apabulla esa actualidad informativa precocinada nace de intereses ajenos, creados por una actualidad mediática que busca un interés económico y consumista. Al “pienso, luego existo”, le ha sustituido el “consumo, luego soy”. 

Para colmo, estar pendiente de lo que sucede ahí fuera sin reparar en lo que nos pasa aquí dentro, tiene que ser una tarea agotadora. Claro que, como decía el clásico, “nada de lo que afecta a la humanidad, me es ajeno”. Y así es. Pero es que el modelo de humanidad que se nos ofrece para ser felices ahí afuera exige toda nuestra atención. 

Se dirá que cada uno es libre de entregarse a lo que más le plazca. Pero esta libertad que se nos ofrece es muy parecida a aquella libertad religiosa del franquismo. Entonces, se podía ir a misa de siete, de ocho o de doce. O a esa farsa de libertad que ofrece la democracia consumista actual: “enchufar Antena 3, Tele 5, la Sexta” y, para los más afortunados, Netflix. 

Gozamos de una libertad para consumir, en función de nuestra capacidad económica. Que el ejercicio de la libertad esté sometida a nuestra renta per cápita es para sospechar. Es la libertad que ofrece el capitalismo, ese sistema de explotación que algunos consideran la esencia de la democracia, si no, la democracia misma. 

En este contexto, cualquiera puede entender que la libertad es un sucedáneo, una especie de “servidumbre voluntaria”. Si aquel personaje bíblico vendió su primogenitura por un plato de lentejas, nosotros hace tiempo que vendimos al Estado nuestra libertad a cambio de seguridad. Y la seguridad del Estado ya sabemos cómo se ejerce, por lo menos desde la fundación de la Guardia Civil en 1844. La policía foral desde 1928.

Existe una diferencia radical entre actualidad y realidad. Y no es difícil distinguirlas. Sabemos perfectamente que la actualidad ha conseguido suplantar lo que es nuestra realidad inmediata y necesaria. Y que la actualidad no es más que una holografía o un señuelo de esa realidad nuestra. Caer en sus brazos resulta fácil porque nos promete el oro y el moro, cuando no es más que una ilusión más o menos platónica, detrás de la que no hay nada, menos aún ese sentido de la vida inexistente que nos devanamos en buscar.

Por lo demás, ¿quién de nosotros aceptará que no vive la realidad cuando se pasa horas y horas pendiente de las mil majaderías que sueltan, pongo por caso, en las redes mediáticas? ¿Refleja esa imagen tan habitual como colectiva la salud mental de una sociedad?

No. Porque nadie agota su variada personalidad en uno de sus actos. Somos imbéciles a tiempo parcial. Y, en ocasiones, reflejamos muy bien el grado de perfección que podemos alcanzar en ese cometido. Hoy, quizás, una variante de ser estúpido consista en confundir actualidad y realidad. De esa confusión es de la que se aprovecha el poder establecido para conducirnos a su terreno: el de la servidumbre voluntaria. Lo que es de lamentar pues se trata de una aporía bien cabrita, una puerta sin salida. Porque, si es voluntaria y estamos tan a gusto bañándonos en ella, ¿para qué liberarse de tal servidumbre, no?

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