De ida y vuelta

El pasado fin de semana, charlando con unos compañeros vallecanos de visita por Euskal Herria, expresaban su asombro por la potencia del movimiento popular. Aunque sea ya un clásico, habrá aún quien se crezca con los piropos y se quede tan ancho mirándose al ombligo. El error opuesto sería caer en la ilusión de que lejos siempre les va mejor que a nosotros. Tampoco es cuestión de confundir la autocrítica con flagelarse a uno mismo. Más bien iba la cosa de sinceridad y, por qué no, de un puntito de antichovinismo.

Y es que el pedigrí revolucionario vasco, se va pareciendo cada vez más peligrosamente a vivir de las rentas del pasado. Lo cierto es que la dinámica ascendente del ciclo de luchas de estos últimos años en el Estado español ha visibilizado más aún si cabe el anquilosamiento e incluso reflujo que ha ido sufriendo el movimiento popular vasco. Y si la crítica sirve para avanzar, una buena dosis de humildad no viene mal de vez en cuando. En lo venidero, nos va a tocar aprender de nuestros vecinos del sur bastante más que su macabra geografía carcelaria.

Ya sea por las dinámicas y proyectos interesantes que nos puedan llegar desde allí, o por todo lo que les podamos contar sobre la represión que ya se les está viniendo encima con marca Zona Especial Norte, en estos tiempos revueltos tiene que aumentar el intercambio, el conocimiento mutuo y especialmente, la solidaridad. Y en este último punto, mirando al pasado, incluso al más cercano, tenemos una gran deuda que saldar. El coste político a pagar por aquellas gentes solidarias con la causa vasca en un entorno tan poco favorable como la capital del Estado ha sido altísimo. Sin recibir el consiguiente apoyo posterior, sin comprender su realidad propia; fruto de una instrumentalización a menudo egoísta, de usar y tirar, de aquellos que han sido valiosos compañeros de viaje.

Nos volveremos a ver, esperemos que más pronto que tarde. Seguiremos reforzando la solidaridad. Solidaridad, eso sí, de ida y vuelta.