Pablo Idoate

Pablo Idoate

“Hablaremos de ese vicio saludable que no entiende de sexo ni edad. Ése que traspasa fronteras más allá de cultura y religión. Crea amistades, levanta pasiones y, además, es gratis. Consumiremos deporte. Dosis sin límites.”

2016-01-25

Ciclofobia

En nuestro primer mundo urbano, sobrepoblado de habitantes y vehículos que llenan sus calles y veredas, muchísimas enfermedades se asocian a este convivir ciudadano estrecho y convulsionado. Entre que cada uno somos de un padre y una madre y la tontería que nos ha dado vivir en la abundancia y el derroche, se han ido desarrollando entre la población muchos casos de fobias, algunas muy fuertes y complejas. Fobia es una aversión obsesiva a alguien o a algo y también un temor irracional compulsivo.

Coexistimos, de hecho, con una variedad increíblemente enorme de fobias. Parece ser que puede haber una fobia por cada objeto, animal o persona que exista en el planeta. Véanse algunos ejemplos ilustrativos, alguno de los cuales roza la estupidez: hominofobia = aversión a los seres humanos; xenofobia = aversión a los extranjeros; venustrofobia = aversión a las mujeres hermosas; somnifobia = temor a dormir; bromidosifobia = miedo al mal olor corporal, tanto propio como ajeno.

Hace una semana decidí que hablaría de una patología que afecta a parte de la población cada vez que se cruza con un objeto sumamente peligroso: una bicicleta. Pensé “voy a acuñar un nuevo término: la ciclofobia”. Nada más lejos de la realidad. Mr. Google me enseñó que esta enfermedad ya está asentada y bautizada dentro de la población estúpida y arrogante del primer mundo.

Como ciclista urbano tengo el dudoso honor de cruzarme a diario con muchos ciudadanos que sufren de ciclofobia. Si compartes con ellos carretera mientras van en sus vehículos motorizados puedes sentir ese rechazo en cada pedalada. En ocasiones, si la ciclofobia va acompañada de carácter vinagrero y amargo, puedes llegar a escuchar improperios que salen con furia por la ventanilla del coche: “¡No ves que estás haciendo atasco! ¡Vete por la acera!”. Cuando decides no compartir recorrido con enfermos de este calibre (un enfermo con un coche pasa a ser un enfermo peligroso) y decides compartir recorrido con los peatones, has de hacerlo, por supuesto, con respeto y cuidado. Sin embargo, ello no te exime de encontrarte con el mismo rechazo: “¡La acera es para los peatones!¡Vete por la carretera!”. Apostaría a que ambos casos corresponden en realidad al mismo tipo de persona: “el amargao”. El mismo que cuando va en coche y ve a lo lejos que un ciclista se dispone a pasar un paso de cebra subido en la bici acelera para darle un buen susto.

Está visto que, en pleno siglo XXI y con todo lo que sabemos sobre contaminación y sostenibilidad del transporte, todavía hay gente, y no poca, a la que le hierve la sangre cada vez que ve una bicicleta. Ya que la OMS todavía no ha desarrollado un fármaco para esta enfermedad, quisiera rogar desde estas humildes líneas a las autoridades que nos gobiernan, que cuiden del ciclista y el peatón. Que realicen apuestas fuertes para que sea la carretera y no la acera la que se reparta entre coches y bicicletas. Una apuesta seria para garantizar la seguridad en la carretera de aquellos que creemos en un transporte ecológico y sostenible y no estamos dispuestos a correr el riesgo de perder nuestra vida en el intento.

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