Dani Askunze

Dani Askunze

2017-10-05

Catalunya: entre el derrotismo y la euforia

A menudo se ha dicho que mientras el nacionalismo vasco quería irse de España, el catalán quería gobernarla. ¡Quién lo diría hoy! Más bien es allá por el siglo XIX cuando la burguesía catalana desiste en su intento de modernizar y gobernar España y se repliega a reclamar su trozo del pastel, surgiendo entonces el nacionalismo catalán. Desarrollo económico desigual y revolución burguesa a medio hacer han sido, por tanto, los elementos clave que han hecho de un imperio español venido a menos una nación fallida, y que han enquistado el conflicto con las naciones que oprime en su interior.

Personalmente, soy de los que no llorarán el día que la España eterna se rompa pero que prefieren combatir los Estados existentes en vez de crear otros nuevos como supuesta manera de avanzar. También de los que tienen muy claro su bando siempre que la represión golpee o se niegue la autodeterminación nacional. Pero, ¿qué está a día de hoy sobre la mesa? Es muy poco probable que la independencia catalana sea algo que veamos a corto o a medio plazo. En primer lugar, porque el Estado español nunca lo permitirá. En segundo, porque las élites procesistas no la tienen como objetivo real, pese a estar arriesgando muy mucho en su estrategia de presión para una futura negociación competencial con el Estado central. Y por último porque la clases medias que engrosan el movimiento catalán son incapaces de desbordar nada, ni siquiera de llevar a término dicho proyecto por sí mismas, y son en última instancia uña y carne respecto a sus líderes por mucho que estos les traicionen, con la ayuda inestimable de la represión que viene del enemigo común tanto en su forma masiva como de cabezas de turco. Son al fin y al cabo, gente de orden, cuya indignación es volátil y tan rápido como se enciende, se apaga.

¿Cuáles son pues los múltiples escenarios posibles? El primero, que simplemente las aguas vuelvan a su cauce y que las calles se vacíen poco a poco. Parece poco probable visto desde el momento álgido de la movilización, pero torres más altas han caído. Otra posibilidad es que se profundice en la famosa crisis de régimen, que no crisis de Estado. Ante esto habría dos salidas posibles: una involucionista, recentralizadora y autoritaria, poco vendible de puertas afuera pero con su público interno, impregnado de chovinismo españolista; y otra regeneracionista y reformista, con pacto fiscal y lo que surja, ¿tal vez una Segunda Transición? Ni que decir tiene que ninguna pinta bien, ya que el poder se las ingenia para acabar (casi)siempre cayendo de pie. ¿Quiere decir todo esto que  por no contagiarnos del fervor patriótico ni subirnos al carro debamos caer en el derrotismo y quedarnos esperando sin más a que avancen los acontecimientos? Ni mucho menos. Ni ponerse de perfil, ni un inocente dejarse arrastrar para luego intentar influir.

Ha sido habitual la fuerte participación obrera en revoluciones y movimientos de carácter burgués como son los nacionalismos. Por su importancia numérica,  por su utilidad como fuerza de choque cuya sangre sale barato derramar o por la rentable paz social que se logra fraternidad nacional mediante. La burguesía necesita a la clase trabajadora para sus fines, en el nombre del pueblo y apelando a las emociones. Pero la clase trabajadora pronto comprendió que no sólo no la necesita a ella, sino que sólo por sí misma puede transformar la realidad. Para ello no debe simplemente tratar de moldear lo dado ni esperar a lo puro, sino construir lo propio. Se trata pues de combatir la premisa nacionalista de la conciliación de clases oponiendo una política propia y diferenciada, lo cual evidentemente requiere fuerza y determinación, también para soportar insultos por parte de nacionalistas de todos los colores. Con el antagonismo de clase hoy por hoy bajo mínimos, tal vez no haya margen más que para defender el derecho de autodeterminación y responder a la represión, lo cual tampoco es moco de pavo. Sea como sea, ni quedarnos en casa ni echarnos en brazos del enemigo. O lo pagaremos.

 

Diseño y desarrollo Tantatic