364 días más

Aunque a veces cueste diferenciar cuándo estamos de campaña electoral y cuándo no, se nota en el ambiente que estamos ya cerca de esas fechas tan señaladas. Pero no voy a hablar de grandes debates, partidos y candidatos. Tampoco sobre institucionalización de los movimientos sociales o priorización de estrategias electorales. Debate interesante, por cierto.

El tema va, cómo no, con la coyuntura política del momento, pero a un nivel algo más personal, de cómo responder individualmente. Somos muchos a los que nos aburre soberanamente el circo electoral cada vez que llega a la ciudad. Somos entre agnósticos y ateos en cuestiones parlamentarias y electorales. Pero, además de la fe democrática, nos empieza a aburrir también otra opción de consumo ideológico, en este caso “radical”: la del abstencionismo sistemático (el sistémico sería otra cosa), que vendría a ser el “yo no voto, nunca”.

Tampoco voy a ir de coherente por la vida. No sería serio que fuera yo precisamente, a estas alturas, detrás de la gente para que votara. Se me caería la cara de vergüenza. Casi tanto como si me pusiera a hacer campaña por la abstención, precisamente ahora, dejando cuatro años más a los de siempre para que nos machaquen a su antojo. Cada uno ya será mayorcico para saber lo que hace.

Se trata más de “para qué” votar (o no), que de “por qué”. Reflexionar en torno a ello y dejarse de inercias, fobias, y purismos. Perder, no vamos a perder. Por lo menos no más de lo que llevamos perdiendo siempre. Cuántas veces habremos tenido que oír aquello de “si no votas, no te quejes”. También, del opuesto, “si votas, no te quejes”. La verdad es que ya cansan un poco. Ambas. Habrá que ir pensando en votar con la tranquilidad de que ya sabíamos desde antes que tampoco serviría para gran cosa. Tampoco es mala: “Vota y luego ya te quejarás”. Pero no desde el sofá, claro. Después de mancharnos las manos, ya tendremos tiempo de limpiárnoslas en lo cotidiano. Que para algo el año, por lo menos de momento, tiene 364 días más.