Iñaki Jauregui

Hablemos de economía, pero no como hacen los libros ni los informativos, sino a partir de observar a nuestro alrededor. Hablemos de la gente.

2017-10-16

Malditos (II)

Hoy seré breve, aunque antes de leer este artículo, os recomiendo que repaséis otros tres que ya se publicaron tiempo atrás en Plazaberri y que constituyen los pilares sobre los que se edifica esta nueva entrega:

 

 

El primero y el tercero son la base de lo que hoy os quiero contar, del segundo he tomado solo el título.

 

No soy bueno reteniendo cifras, y las del volumen de evasión fiscal no son una excepción. Pero da igual, podemos buscarlas rápidamente desde el móvil o, como os decía hace unas pocas líneas, echar un vistazo al artículo de Eduardo de hace unos meses. Sean las que sean, están plagadas de ceros, eso lo sabemos todos. A menudo se quiere hacer ver que en eso todos somos culpables, que cada uno defrauda en la medida de sus posibilidades; que el estereotipado fontanero que te quiere cobrar el servicio sin IVA es como la gran multinacional que se constituye en las Islas Caimán, pero en pequeño. Y sin palmeras. Yo no lo veo así, yo quiero pagar impuestos. Creo en los sistemas progresivos, creo en la redistribución de la riqueza y me emociona escuchar como personalidades como Vicente del Bosque dicen abiertamente que les parece bien pagar más que los demás porque tienen más posibilidades.

 

“Total, para que luego vengan cuatro políticos mangantes y se lo metan al bolsillo… yo para eso no pago”, dicen otros. Y no es que les falte razón, pero si todos nos comportásemos de la misma manera, pues apaga y vámonos, fin de los servicios públicos. Imagino que es una manera de excusarse ante algo inexcusable. Echar la culpa a otro por algo que sabes positivamente que has hecho mal.

 

Y ahora es cuando entra en juego el tercero de los artículos de la lista inicial. Al igual que a su autora (que es mi madre, por cierto), me ha tocado pasar unas cuantas mañanas y tardes (las noches son todas suyas) deambulando por los innumerables edificios del Hospital, observando la frenética actividad de una maquinaria descomunal, formada por miles de profesionales, utensilios de avanzadísima tecnología, estancias que se van renovando al ritmo que los recursos financieros lo permiten. Y eso es lo que se ve, porque a la sombra se encuentran los investigadores que dedican cada minuto del día a mejorar los tratamientos, a tomar decisiones que salvarán vidas o, al menos, las alargarán garantizando un bienestar antes impensable.

 

Bien, pues desde la silla de la sala de espera, pienso en nuestros conciudadanos evasores. En el daño que hacen. Que nos hacen y que se hacen. Pienso en los que dejan de pagar y me pregunto: ¿cómo cambiaría la vida de un evasor multimillonario si fuese honrado y pagase lo que debe? ¿Le obligaría a renunciar a su Ferrari? Y al pequeño evasor, ¿dejaría de irse de vacaciones en verano? Seguro que no. Lo peor de todo es que el impacto sobre la economía personal de la evasión no es realmente significativa. El nivel de vida del evasor sería el mismo si decidiera pagar lo que le toca. Conclusión: no solo es egoísmo, es chulería, es “ser más listo que nadie”, es “eres un pringao”.

Y por eso, mientras las enfermeras cambian las vías de los que están ingresados, pienso: Malditos. Malditos evasores. Ladrones. Asesinos, eso es lo que sois, unos asesinos. Como dijo Charlton Heston en el Planeta de los simios: os maldigo a todos, lo habéis destruido todo. Os maldigo.

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